Una maestra amable. Nació en Aytona en 1843. Su tío abuelo, el Padre Palau (1811-1872) fue el fundador de un Instituto de Terciarias Carmelitas dedicadas a la enseñanza. Una tía materna se la llevó a Lérida para que pudiera estudiar. Hacia los catorce años decidió que quería ser maestra. En cuanto empezó a ejercer como tal, el Padre Palau quiso pescarla para sus escuelas. Teresa colaboró eficazmente con las Carmelitas durante años pero siempre como seglar. Buscaba otro camino y creyó encontrarlo en el noviciado de las Clarisas de Briviesca. Allí enfermó y tuvo que dejar el noviciado. Volvió a trabajar en la enseñanza con las Carmelitas del padre Palau hasta que este murió en 1872. Entonces regresó a Aytona y encontró su camino. Tenía ella 29 años y le quedaban 25 años de vida.
Una Fundadora amabilísima. Todo fue muy rápido. El mismo año de la muerte del padre Palau, Teresa fue de visita con su madre a Barbastro, y conocíó allí a don Pedro Llacera, un sacerdote de los que no pierden el tiempo y que, nada más verla, comprendió que era la persona que andaba buscando. Le dijo, sin rodeos, que un amigo suyo -don Saturnino López Novoa, canónigo en Huesca- quería fundar una congregación religiosa dedicada a la atención de los ancianos. Teresa volvió a Aytona, hizo las maletas y regresó a Barbastro. No llegó sola. La acompañaban una hermana -María- y una amiga -Mercedes Calzada-. Allí se encontraron con otras nueve aspirantes. En veinticnco años esas doce se iban a convertir en más de mil repartidas en 103 casas de España y América.
Una idea simple. La idea de don Saturnino era simple como el evangelio. Echar un vistazo alrededor, ver qué hace falta y remediar la necesidad que, en este caso, era el abandono en que se encontraba una muchedumbre de ancianos pobres, enfermos y, en definitiva, desamparados. Don Saturnino tejió la red con esa idea simple. Don Pedro Llacera echó la red y pescó a Teresa. Luego Teresa se pasó la vida cuidando de esos ancianos. Su ejemplo atrajo a las otras mil.
Amabilísima y eficaz. Como todo tenía que ser muy rápido hacía falta una persona práctica, mujer, por más señas, y santa. Era necesario, además, que tal persona tuviera sentido del humor para que su sentido sobrenatural no ofreciese dudas. Debía tener algo más por la misma razón: sentido común. La Madre Teresa era así y formó así a sus hijas. No quería cosas raras ni caras largas. Su sentido sobrenatural apreciaba la Eucaristía y la caridad como cauces para el encuentro con Dios. Su sentido común hacía el resto. Y su sentido del humor hacía que todo fuera humanamente amable, simple y desconcertante para los complicados.
¿Qué futuro les espera a las HADAS? Los típicos optimistas les auguran un futuro muy negro. Aducen que, gracias a Dios, cada vez es menos necesaria la caridad porque los amables políticos se encargan de que haya escuela gratis, medicina y hospital para todos. Pero todavía hay personas con sentido común. Benedicto XVI, por ejemplo, nos ha recordado que siempre será necesario el amor. Incluso los políticos saben que, al final, sus proyectos son demasiado humanos para ser eficaces. Y a las Hermanitas todo esto de su futuro les trae sin cuidado. Hay miles de ellas y, en sus más de doscientas casas, hacen lo que han hecho siempre, cuidar de los ancianos y preguntarle a Dios antes de acostarse: ¿Lo hemos hecho bien? Lo demás les importa muy poco. Por eso son tan alegres y tan amables, tan eficaces y tan buenas.
Lo que no puede tener mucho futuro es una civilización que se olvida del amor.
Santa Teresa Jornet: Ruega por nosotros.
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