lunes, 19 de julio de 2010

San Lorenzo de Brindis, presbítero y doctor de la iglesia.

Nació el año 1559; ingresó en la Orden de Capuchinos, donde enseñó teología a sus hermanos de religión y ocupó varios cargos de responsabilidad. Predicó asidua y eficazmente en varios países de Europa; también escribió muchas obras de carácter doctrinal. Murió en Lisboa el año 1619. (Cfr Liturgia de las Horas).

Padre, me parece que nada me será difícil si puedo tener en la celda un crucifijo. Al parecer eso fue lo que le dijo al Provincial de los capuchinos cuando le hablaba de la dureza de la vida religiosa.
La predicación -decía en uno de sus sermones cuaresmales- nos ayuda a comprender la múltiple riqueza que encierra la palabra de Dios, ya que es como un tesoro en el que se hallan todos los bienes.

jueves, 1 de julio de 2010

Santa Isabel de Portugal

Madre de dos hijos y reina de Portugal a fines del siglo trece. Al morir su esposo distribuyó sus bienes entre los pobres e ingresó en la Orden Tercera de san Francisco. Su memoria perdura en la iglesia por su bondad, paciencia y fortaleza de ánimo en medio de las pruebas que tuvo que soportar. (Cfr. Libro de la Sede).

También el matrimonio y la familia están heridos por el pecado: violencia, celos, infidelidad, rencillas entre hermanos... Uno puede amargarse... o tomar esa Cruz y empeñarse en vencer el mal con abundancia de bien. Este fue el camino que eligió santa Isabel, esposa de Dionisio de Portugal.


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SANTO TOMÁS, APÓSTOL. Fiesta.

Una tradición sitúa su misión apostólica en Persia y en la India. Rubricó con la sangre la confesión de su fe en Jesús resucitado, Dios y Señor.
San Juan consigna algunas palabras de Santo Tomás. Vayamos también nosotros y muramos con él, dirá resueltamente, cuando los otros discípulos, indecisos, temen acompañar a Cristo en su viaje a Jerusalén. No sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?, dirá, también, cuando Jesús les anuncia su partida. Pero Tomás se ha hecho famoso por su incredulidad. Es símbolo del hombre en su lento caminar hacia la fe, resistiéndose a creer, a confiar. Y, sin embargo, nuestra fe se basa en el testimonio de los apóstoles; también del apóstol Tomás. (Cfr Libro de la Sede).

Se lo están diciendo todos: El Señor ha resucitado, lo hemos visto, hemos comido con él. Se lo están diciendo, llenos de alegría, los que estaban, como él, muy abatidos. Pero a Tomás no le convencen ni el testimonio ni la alegría de sus hermanos. Y pasa una semana pensando que todos se han vuelto locos, o que pretenden engañarlo.
A veces pesan, también sobre nosotros, muchos desengaños y decimos: ya no me engañan más. Nuestras experiencias más amargas pueden más que la esperanza y nos encerramos en ellas. Lo pasamos mal, claro, hasta que aceptamos el testimonio de la Iglesia que ni se engaña ni nos engaña cuando anuncia la alegría de la Resurrección y nos enseña el camino para encontrarnos con el Señor.

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Prosiguiendo nuestros encuentros con los doce Apóstoles elegidos directamente por Jesús, hoy dedicamos nuestra atención a Tomás. Siempre presente en las cuatro listas del Nuevo Testamento, es presentado en los tres primeros evangelios junto a Mateo (cf. Mt 10, 3; Mc 3, 18; Lc 6, 15), mientras que en los Hechos de los Apóstoles aparece junto a Felipe (cf. Hch 1, 13). Su nombre deriva de una raíz hebrea, «ta'am», que significa «mellizo». De hecho, el evangelio de san Juan lo llama a veces con el apodo de «Dídimo» (cf. Jn 11, 16; 20, 24; 21, 2), que en griego quiere decir precisamente «mellizo». No se conoce el motivo de este apelativo.

El cuarto evangelio, sobre todo, nos ofrece algunos rasgos significativos de su personalidad. El primero es la exhortación que hizo a los demás apóstoles cuando Jesús, en un momento crítico de su vida, decidió ir a Betania para resucitar a Lázaro, acercándose así de manera peligrosa a Jerusalén (cf. Mc 10, 32). En esa ocasión Tomás dijo a sus condiscípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él» (Jn 11, 16). Esta determinación para seguir al Maestro es verdaderamente ejemplar y nos da una lección valiosa: revela la total disponibilidad a seguir a Jesús hasta identificar su propia suerte con la de él y querer compartir con él la prueba suprema de la muerte.

En efecto, lo más importante es no alejarse nunca de Jesús. Por otra parte, cuando los evangelios utilizan el verbo «seguir», quieren dar a entender que adonde se dirige él tiene que ir también su discípulo. De este modo, la vida cristiana se define como una vida con Jesucristo, una vida que hay que pasar juntamente con él. San Pablo escribe algo parecido cuando tranquiliza a los cristianos de Corinto con estas palabras: «En vida y muerte estáis unidos en mi corazón» (2 Co 7, 3).
Obviamente, la relación que existe entre el Apóstol y sus cristianos es la misma que tiene que existir entre los cristianos y Jesús: morir juntos, vivir juntos, estar en su corazón como él está en el nuestro.

Una segunda intervención de Tomás se registra en la última Cena. En aquella ocasión, Jesús, prediciendo su muerte inminente, anuncia que irá a preparar un lugar para los discípulos a fin de que también ellos estén donde él se encuentre; y especifica: «Y adonde yo voy sabéis el camino» (Jn 14, 4). Entonces Tomás interviene diciendo: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» (Jn 14, 5). En realidad, al decir esto se sitúa en un nivel de comprensión más bien bajo; pero esas palabras ofrecen a Jesús la ocasión para pronunciar la célebre definición: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6).

Por tanto, es en primer lugar a Tomás a quien se hace esta revelación, pero vale para todos nosotros y para todos los tiempos. Cada vez que escuchamos o leemos estas palabras, podemos ponernos con el pensamiento junto a Tomás e imaginar que el Señor también habla con nosotros como habló con él. Al mismo tiempo, su pregunta también nos da el derecho, por decirlo así, de pedir aclaraciones a Jesús. Con frecuencia no lo comprendemos. Debemos tener el valor de decirle: no te entiendo, Señor, escúchame, ayúdame a comprender. De este modo, con esta sinceridad, que es el modo auténtico de orar, de hablar con Jesús, manifestamos nuestra escasa capacidad para comprender, pero al mismo tiempo asumimos la actitud de confianza de quien espera luz y fuerza de quien puede darlas.

Luego, es muy conocida, incluso es proverbial, la escena de la incredulidad de Tomás, que tuvo lugar ocho días después de la Pascua. En un primer momento, no había creído que Jesús se había aparecido en su ausencia, y había dicho: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré» (Jn 20, 25). En el fondo, estas palabras ponen de manifiesto la convicción de que a Jesús ya no se le debe reconocer por el rostro, sino más bien por las llagas. Tomás considera que los signos distintivos de la identidad de Jesús son ahora sobre todo las llagas, en las que se revela hasta qué punto nos ha amado. En esto el apóstol no se equivoca.

Como sabemos, ocho días después, Jesús vuelve a aparecerse a sus discípulos y en esta ocasión Tomás está presente. Y Jesús lo interpela: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente» (Jn 20, 27). Tomás reacciona con la profesión de fe más espléndida del Nuevo Testamento: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20, 28). A este respecto, san Agustín comenta: Tomás «veía y tocaba al hombre, pero confesaba su fe en Dios, a quien ni veía ni tocaba. Pero lo que veía y tocaba lo llevaba a creer en lo que hasta entonces había dudado» (In Iohann. 121, 5). El evangelista prosigue con una última frase de Jesús dirigida a Tomás: «Porque me has visto has creído. Bienaventurados los que crean sin haber  visto» (Jn 20, 29).

Esta frase puede ponerse también en presente: «Bienaventurados los que no ven y creen». En todo caso, Jesús enuncia aquí un principio fundamental para los cristianos que vendrán después de Tomás, es decir, para todos nosotros. Es interesante observar cómo otro Tomás, el gran teólogo medieval de Aquino, une esta bienaventuranza con otra referida por san Lucas que parece opuesta: «Bienaventurados los ojos que ven lo que veis» (Lc 10, 23). Pero el Aquinate comenta: «Tiene mucho más mérito quien cree sin ver que quien cree viendo» (In Johann. XX, lectio VI, § 2566).

En efecto, la carta a los Hebreos, recordando toda la serie de los antiguos patriarcas bíblicos, que creyeron en Dios sin ver el cumplimiento de sus promesas, define la fe como «garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven» (Hb 11, 1). El caso del apóstol Tomás es importante para nosotros al menos por tres motivos: primero, porque nos conforta en nuestras inseguridades; en segundo lugar, porque nos demuestra que toda duda puede tener un final luminoso más allá de toda incertidumbre; y, por último, porque las palabras que le dirigió Jesús nos recuerdan el auténtico sentido de la fe madura y nos alientan a continuar, a pesar de las dificultades, por el camino de fidelidad a él.

El cuarto evangelio nos ha conservado una última referencia a Tomás, al presentarlo como testigo del Resucitado en el momento sucesivo de la pesca milagrosa en el lago de Tiberíades (cf. Jn 21, 2). En esa ocasión, es mencionado incluso inmediatamente después de Simón Pedro: signo evidente de la notable importancia de que gozaba en el ámbito de las primeras comunidades cristianas. De hecho, en su nombre fueron escritos después los Hechos y el Evangelio de Tomás, ambos apócrifos, pero en cualquier caso importantes para el estudio de los orígenes cristianos.

Recordemos, por último, que según una antigua tradición Tomás evangelizó primero Siria y Persia (así lo dice ya Orígenes, según refiere Eusebio de Cesarea, Hist. eccl. 3, 1), luego se dirigió hasta el oeste de la India (cf. Hechos de Tomás 1-2 y 17 ss), desde donde llegó también al sur de la India. Con esta perspectiva misionera terminamos nuestra reflexión, deseando que el ejemplo de Tomás confirme cada vez más nuestra fe en Jesucristo, nuestro Señor y nuestro Dios.
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viernes, 11 de junio de 2010

EL INMACULADO CORAZÓN DE LA VIRGEN MARÍA, Memoria obligatoria

Misa de la memoria (blanco).
MISA L: ants. y oracs. props. (cf. final del mes de junio), Pf. I SMV «en la veneración»
LECC.: vol. IV (sólo 1 lect. y salmo), pág. 615.
- 1R 19,19-21. Eliseo se levantó y marchó tras Elías.
- Sal 15. R. Tú, Señor, eres el lote de mi heredad.
o bien: cf. vol. V, pág. 104.
el Evangelio: vol. V, pág. 104.
- Lc 2,41-51. Conservaba todo esto en su corazón.
Liturgia de las Horas: de la memoria.
 
Primera Lectura:



Isaías 61, 9-11



La estirpe de mi pueblo será célebre entre las naciones, y sus vástagos entre los pueblos.
Los que los vean reconocerán que son la estirpe que bendijo el Señor.
Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido con un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas.
Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos.

 

Interleccional: 1Samuel 2, 1. 4-8



R. Mi corazón se regocija por el Seño, mi salvador.
1. Mi corazón se regocija por el señor, mi poder se exalta por Dios; mi boca se ríe de mis enemigos, porque gozo con tu salvación.
2. Se rompen los arcos de tus valientes, mientras los cobardes se ciñen de valor; los hartos se contratan por el pan, mientras los hambrientos engordan; la mujer estéril da a luz siete hijos, mientras la madre de muchos queda baldía.
3. El Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta; da la pobreza y la riqueza, humilla y enaltece. Él levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para hacer que se siente entre príncipes y que herede un trono de gloria.

 

Evangelio:

Lucas 2,41-51



Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.
Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedo en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.
A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
“Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.”
Él les contestó:
“¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?”
Pero ellos no comprendieron lo que quería decir.
Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad.
Su madre conservaba todo esto en su corazón.

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Al pie de la Cruz, Santa María recibió a los discípulos de Cristo como hijos. Hoy contemplamos su Corazón Inmaculado que nos llama a la conversión. Decía san Josemaría que a Jesús se va y se vuelve por María.




jueves, 10 de junio de 2010

SANTA MARGARITA MARÍA ALACOQUE, virgen, Memoria libre

Religiosa de la Visitación en Paray-le Monial (Francia) en el siglo XVII.
Dar a conocer a todos el amor de Dios, revelado en Jesucristo, y simbolizado en su Corazón, fue la razón de su vida.
(Monición de entrada del Libro de la Sede).
Oración colecta
Infunde, Señor, en nuestros corazones
el mismo espíritu con que enriqueciste
a Santa Margarita María de Alacoque,
para que lleguemos a un conocimiento profundo
del misterio incomparable del amor de Cristo
y alcancemos nuestra plenitud
según la plenitud total de Dios.
Por nuestro Señor Jesucristo.

EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS, Solemnidad

Viernes posterior al segundo domingo después de Pentecostés.

Solemnidad del Sacratísimo Corazón de Jesús, que, siendo manso y humilde de corazón, exaltado en la cruz fue hecho fuente de vida y amor, del que se sacian todos los hombres (elog. del Martirologio Romano).
Misa de la Solemnidad (blanco).
- Hoy no se permiten las Misas de difuntos, excepto la exequial.
MISA L: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. props. No se puede decir la PE IV.
LECC.: vol. III, págs. 175

- Ez 34,11-16. Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear

- Sal 22. R. El Señor es mi pastor, nada me falta

- Rm 5,5b-11. La prueba de que Dios nos ama

- Lc 15,3-7. ¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido.
Liturgia de las Horas: oficio de la Solemnidad. Te Deum. Comp. Dom. II.
Primera Lectura

Ezequiel 34, 11-16

Así dice el Señor Dios: “Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro.

Como sigue el pastor el rastro de su rebaño, cuando las ovejas se le dispersan,

así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré,

sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones.

Las sacaré de entre los pueblos, las congregaré de los países,

las traeré a su tierra, las apacentaré en los montes de Israel, en las cañadas y en los poblados del país.

Las apacentaré en ricos pastizales, tendrán sus dehesas en los montes más altos de Israel;

se recostarán en fértiles dehesas y pastarán pastos jugosos en los montes de Israel.

Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear -oráculo del Señor Dios.

Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas;

vendaré a las heridas; curaré a las enfermas;

a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido.”

Salmo Responsorial: 22
R. El Señor es mi pastor, nada me falta.


1. El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas.

2. Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan.

3. Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.

4. Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término.


Segunda Lectura:

Romanos 5, 5b-11

Hermanos: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

En efecto, cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos del castigo!

Si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos, salvos por su vida!

Y no sólo eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.


Evangelio:

Lucas 15, 3-7
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos y escribas esta parábola: “Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: “¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido.”

Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.”

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Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.
Esta es una fiesta para la confianza de los pequeños, de los humildes, de los que -como ahora se dice- tienen una baja autoestima y no se atreven a andar pisando fuerte. A todos ellos les muestra Jesús su Corazón para que puedan decir: Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.
Puede ser también una fiesta para los que nos creemos grandes, para los soberbios, para los que tenemos la autoestima por las nubes y vamos por el mundo muy seguros de nosotros mismos. También a nosotros nos muestra Jesús su Corazón. Será una gran fiesta para nosotros si aprendemos a decir: Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.