jueves, 22 de marzo de 2012

San Pedro Canisio, doctor.

Como es sabido en el siglo XVI fue lo de Lutero. Media Europa se hizo protestante porque le parecía -con razón- que había motivos para protestar contra un montón de cosas. San Ignacio de Loyola fundó la Compañía de Jesús y la Iglesia convocó un Concilio en Trento. San Pedro Canisio entró en la Compañía de Jesús y asistió como teólogo al Concilio de Trento. 
El amable san Ignacio pensó que Canisio podía hacer un buen apostolado en Alemania por varias razones: porque era humilde, porque era sabio, porque era amigo de Jesús, porque andaba en su Compañía, porque era amable, etc.
Lo de la amabilidad tenía su importancia en un tiempo en el que los protestantes y los católicos andaban -literalmente- a palos. Canisio tomó la mejor arma de Lutero -el catecismo protestante- y compuso tres catecismos católicos: uno para universitarios, otro para escolares y otro para ignorantes. El que más éxito tuvo entre los universitarios fue el último a juzgar por las palabras de Benedicto XVI
Solo en el tiempo de su vida se hicieron doscientas ediciones de este Catecismo. Y hasta el siglo XX se sucedieron centenares de ediciones. Así, en Alemania, incluso en la generación de mi padre, la gente llama al Catecismo simplemente el Canisio. Fue realmente el catequista de Alemania, ha formado la fe de la gente durante siglos.
La amabilidad de Canisio no era una estrategia o una cosa genética sino un don y, concretamente, un vestido con tres partes que le impuso el mismo Cristo:
Un vestido con tres partes que se llaman paz, amor y perseverancia. Y con ese vestido compuesto de paz, amor y perseverancia, Canisio llevó a cabo su obra de renovación del catolicismo.
 No hay mejor sastre que Dios. Se luce en los lirios pero, sobre todo, se luce en los santos.

San Canisio, ruega por nosotros. Amable san José, ruega por nosotros.

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