martes, 28 de septiembre de 2010

Santos Arcángeles: Miguel, Gabriel y Rafael.

El nombre de ángel -explicaba san Agustín- indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza te diré que es un espíritu; si preguntas lo que hace te diré que es un ángel, es decir -añado yo- alguien que trae noticias y otras cosas -siempre buenas- de parte de Dios.
Los ángeles caídos -los demonios- siguen siendo espíritus, no han perdido su naturaleza. Pero ya no son ángeles porque han renunciado a su oficio. Si traen algo no es de parte de Dios, y no puede ser bueno.
Nosotros andamos siempre -en Misa y siempre- a vueltas con los ángeles: para entonar un himno de alabanza nos asociamos a los coros celestiales y procuramos no desentonar; cuando ofrecemos algo pedimos que la ofrenda suba hasta el altar del Cielo por manos del Ángel de Dios... cada 29 de septiembre celebramos una fiestecilla aquí en la tierra -poca cosa comparada con la que se organiza en el Cielo- para Miguel, Gabriel y Rafael a quienes llamamos archiángeles porque no se nos ha ocurrido una palabra mejor. Dicen los sabios que los arcángeles no son -a pesar de ese nombre estupendo que les hemos dado- las más altas Jerarquías. Al parecer hay Querubines, una especie de locura toda inflamada en Amor de Dios cuyo oficio principal es la adoración; al parecer son las criaturas dotadas de una mirada más penetrante y de una inteligencia más clara.
Representamos a Miguel con una espada, como a un soldado. Y a él nos encomendamos para sostener el buen combate de la fe. Porque ya sabemos lo que pasa cuando luchamos confiando solamente en nuestras fuerzas.
A Gabriel lo contemplamos en el Ángelus como el amable embajador que anuncia a la amabilísima Señora la Encarnación. Y no abrimos la boca para hablar de Dios y de la Buena Nueva sin encomendarnos a él. Porque ya sabemos lo que pasa cuando queremos anunciar el evangelio -oficio humano donde los haya- olvidando el amable estilo de Dios.
Rafael es el ángel del camino y, por supuesto, nadie en su sano juicio planea una excursión -aunque sea al bar de la esquina- sin encomendar cada uno de sus pasos al más eficiente de los sherpas. Porque sabemos de sobra que cada paso puede ser una ascensión increíble y una sorpresa agradable si él nos guía.
Miguel, Grabriel, Rafael... rogad por nosotros.

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